Ricardo Lagos

Democracia y política: ¿ambas en crisis?

06 de May de 2013

Más informados, los ciudadanos advierten que su voto tiene un peso relativo y que las reglas bajo las que viven son cada vez más confusas.

Columna de Ricardo Lagos:

No es nuevo, pero cada vez se escucha más fuerte: muchas encuestas en América Latina y también en Europa hablan de un gran descrédito de la política. Pero también están las otras, aquellas que hablan de una crisis de la democracia en tanto ésta deja de ser valorada positivamente por los ciudadanos. Tal vez, ambas situaciones son producto de un mismo hecho: se entiende que a través de la democracia se eligen distintas alternativas de gobiernos, distintas miradas sobre el futuro de la sociedad que se quiere construir. Pero si aquello no está, los tiempos políticos se impregnan de desconciertos.

Puede que esto suene más como una reflexión cercana a la filosofía política. Pero, si hay algo de eso, las derivaciones del análisis nos llevan a realidades muy concretas y una de las cuestiones más graves de nuestro tiempo.

Tres razones asoman como fuentes de esta minusvaloración de la política y la democracia.

La primera, la marea neoliberal aún poderosa en pretender que el mercado resuelva el tipo de sociedad futura y determine el ser y hacer de las instituciones que gobiernan la economía y, por lo tanto, marginar a la política y los políticos de la tarea de conducir la sociedad. La segunda, más profunda, se liga al papel de las nuevas tecnologías de información y como éstas no sólo instruyen a los ciudadanos a conocer y opinar sobre la política actual, sino también hacen pensar en instituciones jurídicas nuevas para consultar a todo el universo de ciudadanos en determinados temas, dando acceso directo a las opiniones y tendencias subyacentes en la sociedad. Y la tercera, la falta de reglas políticas para que las mayorías sean claras y, lo más importante, sean reconocidas proporcionalmente en las instituciones que deben actuar a partir de las decisiones ciudadanas. Cuando ello no ocurre, los ciudadanos llegan a la conclusión de que su voto tiene un peso relativo y todo, de alguna manera, se ve empatado.

Vamos por partes. ¿Resuelven hoy los ciudadanos en la esfera pública lo mismo que les cabía determinar en el pasado cuando apoyaban a una u otra corriente de ideas? Su voto tenía que ver con muchas áreas ligadas al devenir económico y a los modelos de desarrollo bajo los cuales los operadores en el mercado les cabía actuar. Pero hoy vemos que muchos temas económicos fueron sacados de la esfera pública porque la privatización los llevó hacia otro ámbito. Y, entonces, hombres y mujeres se ven convocados a definir en esos temas en tanto consumidores y no en tanto ciudadanos. Ello podría explicar esa situación inédita en Europa, donde no importa el color del gobierno pues todos ellos, de una u otra forma, son sobrepasados por los mercados y sus decisiones. Como éstos exigen más austeridad, esa receta debe ser aceptada por gobiernos cualquiera sea su orientación política.

Más de un ciudadano europeo dice: ¿qué importa elegir socialistas o conservadores si, en definitiva, ante la crisis responden lo mismo, que los mercados quieren esto?

La indignación del ciudadano no tiene que ver con el mercado. Viene de lo que se entiende debe ser el papel de la política y los políticos, cuya tarea es ordenar y dar reglas a los mercados, pero nunca permitir que éstos se conviertan en amo.

Para eso se vota, para que en los Parlamentos o en la Presidencia se defina el andar de una sociedad.

Las redes sociales y todo el sistema aportado por las tecnologías de la información nos han llevado a tener una ciudadanía más educada, más informada e incisiva y, por ello, con más poder.

Las pruebas de esa realidad brotan por todos lados: en América Latina, en Europa o en Asia. Si los medios de comunicación construyeron en el siglo XX el poder informativo dominante en la sociedad, en el siglo XXI se ha creado otro polo que emerge frente a aquel, instalando su propia agenda informativa y haciendo reaccionar a esos medios clásicos. Con esa fuerza, la ciudadanía exige ser escuchada de manera directa. Y ello trae preguntas nuevas.

¿Cuánta de nuestra democracia que por definición tiene que ser representativa empezará a ser y a crear instituciones más participativas?

¿Podrán, por ejemplo, los ciudadanos, ante una ley aprobada por un parlamento perfectamente representativo, pedir que sea derogada porque la ciudadanía entiende que la ley aprobada por sus representantes no la interpreta? Por cierto es un terreno peligroso, donde lo importante es saber que si hacia allá vamos, cuáles son los resguardos para que esta mayor y mejor participación permita seguir teniendo a la vez una buena gobernabilidad.

La tercera razón del desinterés ciudadano es la debilidad institucional o electoral que no genera mayorías claras para ejecutar el programa de la coalición ganadora.

Es más, como esto obliga a lograr consensos parlamentarios, a la larga la ciudadanía percibe a una elite política, que independientemente de sus promesas, al final se entiende entre todos.

La sospecha empieza a corroer el andamiaje político: se entienden para hacer “reformas” para que todo siga igual.

Sé que los consensos son necesarios, pero a ratos es necesario marcar las líneas rojas porque la ciudadanía necesita ver las diferencias básicas en torno a la sociedad que se desea construir.

El tema es de una gran trascendencia. Lo que está en juego es generar una democracia valorada por la ciudadanía y con dirigentes políticos respetados por ésta. Los dilemas de nuestra América Latina son grandes. Hoy todos nuestros gobernantes son elegidos, y todos saben o debieran saber cómo hacer las tareas, especialmente en el ámbito económico para satisfacer las profundas demandas de los sectores sociales en este nuevo ciclo. Pero todo ello requiere de instituciones a la altura de los tiempos. Instituciones donde se puedan procesar las diferencias y donde las visiones políticas sean claras y sin confusiones. Y, por cierto, válidamente representadas.

Nunca como ahora los ojos y oídos de los ciudadanos están encima del quehacer político, para juzgarlo en todas sus dimensiones.

Columna publicada en Diario Clarín

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