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¿Cuánto aprendimos de la crisis global?

06 de October de 2013

Hace cinco años se produjo la quiebra de Lehman Brothers, una de las firmas más emblemáticas del mundo financiero de Nueva York.

Ya sabemos que aquello provino de un abuso brutal con las hipotecas. Y con esa quiebra empezó la crisis que se extiende hasta hoy. Vale la pena analizar cómo ocurrió lo que estamos viviendo y hacia dónde nos lleva.

Tras el estallido los bancos perdieron buena parte de sus capitales; también A.I.G., la aseguradora que irresponsablemente había respaldado todas las operaciones: General Motors prácticamente entraba a la quiebra. Hechos inusitados ocurrieron. La Reserva Federal y el Secretario del Tesoro Henry Paulson optaron por obligar a los bancos a transferir los activos tóxicos a cambio de préstamos que haría el gobierno central. Claro, cuando hay un solo país y una sola capacidad de emitir, basta una carta del Secretario del Tesoro para garantizar que esas deudas serán pagadas.

La crisis también llegó a Europa. Y de ahí al resto del mundo, pero no con tanta fuerza.

¿Por qué Europa no pudo reaccionar igual que Estados Unidos? Porque allí, aun con el euro como moneda común en la mayoría de sus países y con un Banco Central Europeo, se constató que era un sistema institucional financiero a medio camino. Había una moneda única y una política monetaria común, pero 16 políticas fiscales distintas; además un Banco Central sin capacidad de ser prestamista de última instancia.

Por eso fue necesario que en España, Portugal, Grecia e Italia los gobiernos se endeudaran para prestar a la banca y salvarla. En Inglaterra, fuera del euro, fue el Banco de Inglaterra el que se hizo cargo de facilitar los recursos.

Y ello llevó rápidamente a transformar la crisis en una crisis con gran impacto social.

Porque, ¿de dónde obtiene recursos un Estado si no es reduciendo los gastos que tiene? Y ahí está la disminución de los montos del seguro de desempleo, los recortes a la salud pública, las disminuciones a las raciones alimenticias en los establecimientos educacionales, el anuncio de estos días en España señalando que por cuarto año consecutivo no habrá reajuste a los empleados públicos y siguen los recortes en todos los sectores.

La palabra “austeridad” se instaló en Europa y sigue allí, pero es una austeridad cuya meta principal es salvar a la banca financiera. Y eso, para la gente, tiene mucho de injusticia.

Hoy, ya con perspectiva de un lustro cabe preguntarse dónde ha estado el meollo del problema.

Claramente, esta crisis viene de un sistema financiero que en treinta años se expandió desde un modesto 9 o 10 por ciento sobre el Producto Interno Bruto a casi un 30 por ciento, tanto en Estados Unidos como en Europa.

¿Qué justifica que sólo en ese período el sistema financiero haya presentado este nivel de expansión?

¿Cómo es posible que tal expansión se aceptara a expensas de los sectores productivos? .

En la crisis de 1929 se adoptaron las sabias medidas de regulación, tales como separar los bancos de personas de los bancos de inversión, pero éstas fueron derogadas a finales de los 90. Ahora se volvió a separarlos y además se ha buscado reducir los bonos extraordinarios de premio o retiro para los ejecutivos del sistema financiero por las utilidades que presentaban año a año.

¿Y ahora cuál es el balance? En primer lugar, el sistema financiero norteamericano comienza a estar en condiciones de devolver los recursos fiscales que lo salvaron.

Algo parecido se da en el Reino Unido, pero no así en el resto de Europa. Ni Jean-Claude Trichet ni Mario Draghi, los dos últimos presidentes del Banco europeo, han podido tomar las medidas que Ben Bernanke ha hecho en Estados Unidos: magnánimo en imprimir dólares y comprar bonos. Esto es, ayudar a elevar la demanda a través de un dólar barato.

Estados Unidos tiene hoy día un crecimiento de un poco más de un 2%, pero que le permite mirar con cierto optimismo el futuro a diferencia de una Europa que tiene un raquítico 0.3% en el último trimestre. Y lo que es peor, no se avizora una salida a la crisis.

El sistema financiero no muestra signos de cambio.

Han regresado los bonos de 20, 30 y 40 millones de dólares por la “eficiencia” con que muchos de los ejecutivos en Wall Street y algunos en Europa han continuado operando. No se han tomado regulaciones financieras y las metas de la denominada Basilea III sólo se espera alcanzarlas al 2018.

Siguen sin control las agencias calificadoras de riesgo, las cuales no previeron la crisis anterior, pero igual siguen inmutables calificando ahora a los países.

La ironía de esta crisis es que, como resultado de la misma, surge una Alemania llamada a resolver la crisis financiera en Europa y de paso coloca a la canciller alemana (la misma que ha pedido austeridad) como la mujer gobernante más poderosa de la Tierra. Sus preocupaciones se justifican, sobre todo frente al electorado alemán que ahora le ha dado un fuerte respaldo.

Según el informe reciente del Instituto IFO de Munich, Alemania ha entregado cerca de 500 billones de euros para poder salvar las dificultades económicas de España, Portugal y Grecia. Es una tremenda cifra, pero la crisis sigue.

¿Será posible que ahora –con el poder político alcanzado– la Canciller acepte un poco menos de austeridad y le entregue más poder a la Banca Central europea para que haga algo parecido a lo que Bernanke hace en Estados Unidos?

América Latina mira el espectáculo con tranquilidad, pero atenta.

Para muchos los efectos en Asia nos repercuten y debemos saber navegar en un mar global aún intranquilo. Ojalá con la elección de Merkel haya un manos a la obra y se vuelva a lo verdaderamente trascendente: afinar las regulaciones, reactivar la economía y dar nuevas esperanzas de mejor vida a la gente.

Publicada en diario Clarín de Argentina

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