FDD

Europa debe reasumir sus responsabilidades

11 de February de 2013

Francia interviene en el conflicto de Mali, en África, casi en soledad, con escaso apoyo de un continente que parece olvidar sus deberes globales.

Era lógico que en algún momento de la Cumbre CELAC-UE, realizada la semana pasada en Chile, se le preguntara al Primer Ministro de Francia, Jean-Marc Ayrault, por qué estaban interviniendo militarmente en Mali. Por una parte, porque ese conflicto, lejano y complejo para los ojos latinoamericanos, ocurre en medio de un África Occidental de la que sabemos poco. Por otra, porque no es fácil entender qué hace Francia allí, prácticamente sola, mientras el resto de la Unión Europea mira hacia otro lado.

Sin duda, la cita entre latinoamericanos y europeos en la Cumbre CELAC-UE ha sido importante.

Ambas regiones se han sentado a dialogar en un escenario distinto, con un continente latinoamericano más sólido en medio de una crisis global, aunque aún con muchas tareas pendientes en el camino de la integración. Pero, a la vez, se ha hecho claro que es necesario, como nunca antes, tratar de entender quién es quién en estos tiempos de interdependencia global.

Si América Latina no es la misma de hace diez o quince años, la Unión Europea tampoco es aquella del pasado, pero en este caso con signos preocupantes. Y allí es donde la intervención de Francia en Mali y la reacción de sus socios europeos llaman a una reflexión mayor.

Mali, un pequeño y pobre país enclavado en el centro de África, apareció durante mucho tiempo como una excepción en aquel continente, con una democracia estable y un primer ministro poderoso, Ibrahim Boubacar Keita. Conocí a Keita en una comisión que encabezó Felipe González en la década de los 90 sobre globalización y seguí de cerca, ya como Presidente, lo que él logró para fortalecer la democracia en su país. Sin embargo, todo se vino abajo a comienzos del 2012.

Estalló la crisis cuando a los tuareg, un pueblo nómade que desde hace años reclama por el control de las tierras del norte de Mali, se le unieron los islamistas más radicales, los salafistas yihadistas, y comenzaron a tomar el control de esa región, preparándose para avanzar hacia el sur.

Ante la inminente amenaza, el ejército nacional dio un golpe de Estado, en marzo de 2012, argumentando que el gobierno falló en tomar acciones contundentes contra los rebeldes, pero luego accedieron a la designación de un gobierno interino liderado por Dioncounda Traore, en ese momento, presidente del Parlamento. Se proclamaron elecciones, donde Traore y Keita se enfrentaban, pero aquellas debieron suspenderse ante la pérdida del dominio en el norte del país.

Si aquello emerge como un conflicto grave, pero interno, pronto se hace internacional al llegar los militantes islamistas, donde los miembros de Al Qaeda pasan a dominar la ofensiva imponiendo a sangre y fuego su guerra santa. Demuestran, de paso, cuan vivo sigue Al Qaeda tras la eliminación de Bin Laden.

Y allí es donde está el fondo del tema.

Europa parece no querer ver la expansión de las fuerzas subversivas islamistas, con fuerte poder por el sur de Argelia, el norte de Mali, Libia y Níger.

En Naciones Unidas advierten que hay un peligro, no sólo para la estabilidad africana sino también para Europa.

De allí la Resolución 2085, adoptada por unanimidad por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que estableció una misión internacional de apoyo a Mali y cuya acción debe hacerse con el liderazgo africano, como ahora viene ocurriendo. Pero ante el peligro que se avecinaba sobre la capital de Mali y la lenta reacción de sus vecinos africanos, los líderes políticos pidieron la ayuda de Francia para reforzar su ejército nacional.

El presidente François Hollande reaccionó con coraje y prontitud, convencido del peligro a la seguridad internacional involucrado en aquel conflicto. Más allá de lo afirmado por algunos, en el sentido que Francia buscaba defender sus abastecimientos para la energía nuclear, Hollande sentenció que esta lucha es una “guerra contra el terrorismo” y que la intervención de las fuerzas armadas de su país -más de 3.000 efectivos- durará “lo que tenga que durar”.

Lo ha hecho solo, con mínimos apoyos del resto de Europa.

Alemania ofreció enviar enfermeras; Bélgica, un aporte tangencial; y Rajoy, un avión Hércules con 50 efectivos de apoyo logístico en comunicación y transporte. Hace cinco días Gran Bretaña decidió enviar 300 militares. Es decir, casi nada.

Miguel Ángel Moratinos y Bernard Kouchner, ex ministros de Asuntos Exteriores de España y Francia, respectivamente, han dicho en un artículo conjunto que Europa debe despertar y comprender cuáles son sus verdaderos desafíos en aquella región: “retos de seguridad, no sólo porque afectan directamente a la vida de nuestros ciudadanos, sino porque toda la región puede bascular hacia una inestabilidad permanente. Y retos que apuntan a un recrudecimiento de la polarización entre el islam y Occidente.” Durante mucho tiempo Europa descansó en el poderío militar de Estados Unidos, pero ya las condiciones no son las mismas, especialmente cuando Irak demostró a Estados Unidos que era fácil ganar la guerra, pero muy difícil ganar la paz.

Mirado desde esta parte del mundo, donde Europa ha sido un ejemplo por su sistema democrático, su Estado de derecho y sus políticas sociales, resulta duro constatar que esa Europa, llamada también a asumir responsabilidades globales en el mundo de hoy, no lo hace. Si Hollande permanece solo, quedará en cuestión la capacidad política y militar de Europa de jugar un rol en el plano internacional.

Al momento de escribir estas líneas y mientras Hollande es recibido como héroe en Tombuctú, y luego de celebrar la Cumbre América Latina-Europa, no podemos sino preguntarnos: ¿Europa, hacia dónde va? ¿Está dispuesta a ocupar el rol que por historia y por valores le obliga también a actuar con responsabilidad, acorde con su tradición?

Ojalá sea tiempo de enmendar por el bien de Europa. También, por cierto, de Mali y de saber que el presidente Hollande no ha quedado solo.

Columna actualizada, se publicó el domingo 3 de febrero, 2013, en el periódico Clarín de Argentina.

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