Ricardo Lagos

Nuevo tiempo histórico para América Latina

05 de January de 2014

Columna de Ricardo Lagos publicada en diario Clarín de Argentina

América Latina vive una nueva oleada electoral que consolida la democracia en la región. En el 2013, Ecuador, Paraguay, Venezuela, Chile y Honduras fueron a las urnas para elegir o reelegir a sus mandatarios, mientras el 2014 se anuncia igualmente dinámico en estos procesos ciudadanos. En siete países los electores serán llamados a votar para elegir tanto a sus presidentes como a los miembros del poder legislativo: El Salvador, Costa Rica, Colombia, Panamá, Brasil, Uruguay y Bolivia.

Esto explica que desde fuera del espacio latinoamericano se diga que la región avanza, se consolida en sus instituciones. Pero también entra en un nuevo tiempo histórico, donde los desafíos emergentes son distintos a los que marcaron las elecciones de hace una década.

Una nueva América Latina surgió después de la crisis.

Más segura de sí misma, con nuevas demandas derivadas del crecimiento económico de los últimos años y con un mayor conocimiento de sus ciudadanos que, gracias a las nuevas tecnologías de información y su mayor nivel educacional, son más exigentes en sus planteamientos.

Somos otros, pero no por eso los desafíos dejan de ser grandes y trascendentes.

¿Cuál es la palabra clave que cruza esta nueva etapa?

Participación. Los ejemplos son múltiples para decirnos que los ciudadanos hoy están más conscientes de sus derechos y exigen una mayor participación en las definiciones de sus sociedades.

Es lo que marcó las recientes elecciones en Chile. Al final se enfrentaron dos grandes visiones de la sociedad: por una parte, aquella de quienes –adheridos a datos y logros del pasado- promueven las fuerzas del mercado como factor ordenador de la sociedad; por otra, aquella, encarnada por Michelle Bachelet, donde se plantea la necesidad de ajustes profundos porque un nuevo ciclo se abrió en Chile. Dichos ajustes requieren, en sus palabras, llevar adelante tres tareas centrales: una reforma tributaria profunda, llamada a generar más ingresos fiscales para hacer frente a nuevas y más exigentes demandas, en especial de una clase media ascendente; un cambio educacional capaz de dar calidad y satisfacer las exigencias de aquellos que ven en la educación de sus hijos el acceso a un futuro mejor, ese que ellos no tuvieron en su tiempo; y, finalmente, reformas políticas profundas, algunas ligadas a los resabios de una constitución de Pinochet cuyas modificaciones han perdurado atrincheradas tras el voto duro de la derecha, y otras gestadas por las demandas de una ciudadanía que reclama mayor participación con una mirada puesta más en el siglo 21 que en el siglo 20.

Lo que explica el contundente triunfo de Bachelet fue de aquellos que, hablando del mercado, no trepidan en confabularse para mejorar sus precios y aumentar el margen de sus ganancias.

Hoy se requiere un Estado activo para enfrentar las crisis latentes y reactivar el crecimiento y ello convoca a decisiones políticas claras y con liderazgo. El Estado subsidiario, del cual tanto se habló, ya deja de tener sentido cuando, frente a una crisis, son las medidas activas pro crecimiento, pro expansión de la demanda, pro mejoramiento de los planes de inversión las que reponen el crecimiento potencial que se está perdiendo. Esto es exactamente lo que se planteó en la reciente elección presidencial y de ahí su resultado.

Este nuevo ciclo, con sus matices, se percibe en todos lados de América Latina.

Y, si bien ha sido posible reducir la pobreza en términos significativos, las clases medias emergentes ya reclaman –también en las calles– frente a la persistente desigualdad.

La mala distribución desequilibra los beneficios en educación, en salud, en sistemas de pensiones, en protecciones y servicios. Digámoslo una vez más, este es el continente más desigual del mundo y la democracia puede tambalearse si la ciudadanía no observa medidas que contribuyan a lograr una mejor distribución del crecimiento económico.

Ha llegado el momento, como en los países de la OCDE, en que los tributos sean un elemento de igualación en los ingresos primarios que genera el sistema económico. Después de todo, los indicadores de desigualdad primarios no son tanto más grandes en América Latina que en la OCDE. La diferencia es que aquí ese indicador de desigualdad sigue idéntico después de impuestos y allá entre sus miembros, especialmente europeos, hay una diferencia sustancial tras la recaudación de impuestos. El coeficiente creado por el italiano Corrado Gini para medir la desigualdad allá baja de 0.48 a 0.29.

Aquí nuestro Indicador Gini es 0.54 y queda prácticamente igual después de impuestos.

¿Habrá conciencia en esta América nuestra que hemos entrado en un nuevo ciclo político, económico y social donde éstos son los grandes temas que importan? ¿Percibirán nuestros políticos que el corazón de las demandas ciudadanas está en la esperanza de vivir en una sociedad donde todos seamos iguales en dignidad y libres de abusos de grandes contra pequeños? Este es el elemento central del debate al cual está enfrentada América Latina. Las lecciones de la elección chilena son claras.

Por cierto, esto también reclama diálogos nuevos entre trabajadores y empresarios, entre gobiernos e inversionistas, entre políticos y ciudadanos, entre proveedores y consumidores.

Se trata de construir el triángulo virtuoso de Estado, Mercado y Sociedad, donde el voto ciudadano defina cómo el Estado orientará y creará las condiciones del cambio y de otras estrategias de crecimiento. En esta trilogía y la forma como se la entienda estará, en último término, el secreto del tiempo que viene.

Columna publicada en diario Clarín de Argentina

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